Blanca y Ciro

Ayer se levantó temprano, para cuidar a su esposo. Siempre se levantó temprano, siempre cuidó a su esposo.
Antes este se le iba a trabajar bien temprano. Ella preparaba el desayuno a la noche, después de cenar, y él sólo debía calentar el café con leche a la mañana, antes de tomarlo e irse. El frasco de galletitas siempre fue el mismo, según recuerdo.

Trabajó durante toda su vida, peleó bien desde abajo y pagó con sudor todo lo que tiene. ¿Quién sabe si alguna vez podré contar como propia alguna de sus hazañas? Para ser sincero, me dan ganas de abandonar mi proyecto para ir a trabajar ahora mismo, aunque sea por respeto. Pienso: justamente para que eso no suceda él se esforzó tanto. Él les paso a sus hijas una mochila menos pesada, y así también a mi me abrió muchas puertas. Ofensa sería no hacer algo bueno con tantas posibilidades.

Ya no se levanta temprano, ya no trabaja. Ahora su esposa lo cuida, como él la cuida, como siempre. Y la quiere como siempre, auque se esmere en disimularlo.

La huerta está deshabitada, y le cuesta acostumbrarse; las mascotas son valiosa compañía, pero van pasando. Una con gran canto, la otra con cariño, compresión y juventud envidiable.

Son imagen de un orgullo, sin gloria; de conocer a todos en el pueblo . Dignos de lágrimas, penas y envidia.

Ojalá también ellos entiendan que, en su casa, alejada de la avenida, hacen de este un mundo más digno.

Ahora, llenos de lágrimas y envidia, notamos que todo pasa rápidamente, y se nos escurren entre los dedos nuestros momentos.

Dedicado a mis abuelos, Blanca y Ciro, en agradecimiento por haber alegrado tanto mi vida.