domingo, 28 de septiembre de 2008

¡Dichosos los mentirosos!


Hoy también fue uno de esos que conozco sólo cuando suceden. Es la primera cada vez, porque el olvido llega con el tiempo, la conveniencia, y la autoestima…o algo así.
Extraño la incomodidad y el acoso del amor, que aparece frío al lado del camino, a pocos (¿pocos?) días de distancia. Extraño la risa, aunque ayer me hayan visto pronunciarla. Hablo de la verdadera risa, el inexpugnable obsequio original, el perdón de los crímenes, la sinceridad animal.
No se si alguna vez fui el perro que más movió el rabo, pero la sarna ahora sería un alivio para estas sobras de animal.

Se me llenan las arcas en este momento, cuando visítame la nostalgia, cuando vuelvo a comprender nuestra situación. La mía y la tuya, amor. Amor hermano, amor socio, amor divino, el tuyo, querida. Preferiría seguir distraído porque esta verdad no se cómo decirla. Es una verdad que no mata, que no desangra; come los órganos lentamente, y se hace sentir de vez en cuando sólo para propio regocijo.
Creo que la vida misma no es más que esta absoluta certeza, ¡dichosos los mentirosos!

No puedo evitar llorar por mí y por ella, y por mis hermanos, designios del horario. Pero ellos mienten, recuerdo, y entonces me alegro un poco.

Habiendo reflexionado, y recordado su condición de timadores dejo, algo más tranquilamente, que la verdad me haga desear la muerte.

Nos dirigimos hacia el fondo de este mar de lágrimas, poco a poco nos quedamos solos…y no tengo a nadie a quién decírselo.



jueves, 18 de septiembre de 2008

Introspección y recuerdos

 ¡Laura! No voy a poder dormir.


I

En estos años reflexioné mucho acerca de los sentimientos. A decir verdad tenía dos opciones – ¡dos opciones!… dos opciones eran las que yo tenía también en aquel entonces, y como siempre, el miedo. ¡Yo sí que te puedo hablar del miedo! Eterno sicario de mi destino. Me empujó a tomar la decisión errada. En cambio vos… vos apostaste todo y quedaste desolada. Será que es contagioso, a partir de entonces tuviste miedo a confiar en la gente. – No es miedo, como te dije, pienso que el fuego termina quemándote, es preferible… - ¡nada! ¿Y esto que acabamos de hacer? ¡Esperá! ¡Esperá, no te vayas! ¡Te vas a equivocar!

                           II

Esa fue mi última conversación. En realidad no fue tan así, pero ustedes saben como son los pensamientos, gustan de adornar recuerdos con creaciones propias. Corre el segundo frasco y la primer botella. Es el miedo, tan presente en esta habitación, que podría mirarlo a los ojos, pero como de costumbre no me atrevo. Era el escenario perfecto, música de fondo, película rodando, algo muy teatral. En este instante solo debo agradecerle a mi intrínseco deseo de trascendencia, y a la velocidad y astucia de un buen amigo.

                           III

Dos opciones. Por un lado un arroyo cristalino lleno de flores vegetación y una danza de colibríes multicolor; por el otro: la tundra. ¡Cómo no arrepentirse! Si hubiese sabido que en aquel arroyo la aventura era posible, si el eterno sicario de mi destino no me hubiese enceguecido en los momentos más cruciales.
No hace mucho una persona muy allegada me comentó su opinión respecto al objetivo final del ser humano. Tal vez, era una señal que no supe codificar, tal vez no le creí. ¡Que bien me hubiesen venido esas palabras en aquel momento!

                           IV

¡como cambia la gente! Hace algunos años tenías miedo de quemarte, y ahora… ahora... – Es un comienzo. Mejor dicho, un recomienzo. Creo que ambos aprendimos lo mismo, aunque hayamos leído distintos libros. – sinceramente no me alegro de tu fracaso, pero por primera vez no tengo miedo. – no te preocupes está todo bien. Parame el taxi por favor, mientras busco un papel. Toma mi número. ¡Quiero que me llames! ¿Oíste? ¡Llamame!.


 Exitosa colaboración de Brian Bruno 

martes, 2 de septiembre de 2008

Falsa Esperanza

Él: - ¿Por qué no contestás, como antes?

Ella: - El horizonte excede a las islas del sur, que sólo anticipan el fin del camino para los viajantes.

Él: - Extraño saberme interesante, me enamoré de nuestras coincidencias.

Ella: - Cuando el día canta, vestido de ruiseñor, el hijo del sol sale al balcón, y no desea retornar al monótono aposento.

Él: - ¿Quién iba a creer en la vida intensa? Somos un choque de estrellas.

Ella: - Soy yo la que no sabe, perdoname. Es lo justo para vos.

Él: - No, no seas así. Dejame la duda, y dejame sufrir con falsa esperanza. Permitime creer que algo queda.

Ella: - Ya no te quiero

Él: - Gracias.

Se levanta ella, mirándolo casi con asco, y se marcha. No mira atrás, va al encuentro de otro amor.

Vivamos con falsas esperanzas, descalifiquemos las más absolutas certezas. Que no nos escondan vacíos tras el disimulo.