La hermana que se vuelve lobo
taciturno, que llora a través de la noche recordando su pelaje en la
luz solitaria. Es el charco de tequila en el suelo de los bares, el
verde siempre verde de los campos fotografiados, eternizados, la
caminata en colores de una niña pidiendo cuidados; también el
abrazo de música fuera de tiempo, las comidas exóticas entonando
retazos de cosas que parecen importantes, abriendo las puertas de
Nieztsche y Dostoievski y también de Rocamadour como si fuese tan
natural, tan la mermelada del desayuno o decir que la gelatina es una
pérdidad de tiempo.
Mostrar los dientes, hermana que ya no
lo es. La traición en tiempos de desvaríos, la concesión de
libertades desanillando uno a uno los indesanillables eslabones de
cadenas que quizá ahora hechas añicos sean erinias como
justicia implacable.
Siempre un tanto capítulo siete,
asesinato de las cantatas de puentes compartidas, las confidencias de
exacerbar, los llamados de atención en poner mas cuidado y ,por
sobre todas las cosas conocidas, siempre la media vuelta cercenadora que sabe despedir definitivamente tras los paisajes a espaldas de la partida,
que ha aniquilado los cantos sobre horas indebidas, la comunión de
dos almas que atiborraron una vez a la madrugada con su victoria
aplastante e hicieron sentir al tiempo, las tristezas y la nada que
era todo la misma cosa y ninguno formaba parte con ellas del mismo
universo.
Ya impersonal, porque hablando de
almas compañeras las letras no pueden pertenecer tras el
perecimiento. Y hablar de deseos que son órdenes es decir efímeras
las lágrimas y única testigo la lejana tez.
Y pronunciar nuestros nombres
alguna vez no será mentir.
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