sábado, 31 de marzo de 2012

Jamás

Jamás pensó Cid en volver a escribir, ¡y mucho menos sin borradores ni revisiones previas a la entrega! A decir verdad, hubo muchas cosas que Cid nunca creyó posibles; dejando atrás las sorpresas que pudieran darle la naturaleza o el mundo financiero su vista implacable retozaba sobre su amor, culpable de que escriba y deje de escribir, de sanar y asesinar en el mismo movimiento, de que yaciera bajo sus propios restos por la mañana.
Siempre fue un maldito vigilador indagando las maneras de complacer deseos que lo excedían ampliamente, y aún así, tan diminuto junto a su misión, se las arregló para hacer trastabillar al gigante encontrando las maneras a fuerza de vigilancia.

Una vez el gigante estelar decidió aplastar su cabeza, mucho antes de que Cid pudiera imitarlo apenas. Se suponía que todos vestirían de azul para siempre, pero la sangre manchaba las paredes por todos lados.

Él no dejaría de amar, nunca podría hacer eso porque simplemente no dependía de su conciencia; entonces se sentó a esperar con su lápiz y sus papeles tirados a los lados, sabiendo que tal vez pudiera escribir alguna otra baratija antes de cerrar los ojos.

Por fin no esperaba nada más, por fin comprendió el último rincón del universo. Dichoso y lastimoso Cid, que amará para siempre retorciéndose en su ciénaga.

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