Dejame explicarte, para que entiendas, muy brevemente. Y digo brevemente porque compartís las huellas gastadas que vamos dejando en nuestras queridas veredas y los acostumbrados saludos con la gente que ya nos resulta familiar; basta remitirte a la generalidad de los momentos y los lugares para que notes la delicadeza de cierta magia presente en nuestros andares, que se arrastra como una segregada enredadera de rosas a nuestros pies, rasguñando nuestros tobillos en cada intento por capturarnos o acompañándonos juguetona a hacer las compras.
Elijo remitirte a la generalidad de los momentos porque solo aquellos que se parecen a este pierden lucidez de hermosura. ¿O acaso no viste también un guiño indiscreto y disimulado del sol durante las tardes de viajes? ¿Acaso no ese retoño de rosas alzándose violento desde el espacio inexistente entre nuestros dedos y las uñas a cada manotazo gesticulador? ¡Esa sombra repentina y efímera que fue la traducción de una nueva creación, de una nueva vida que nos llenó a hasta escapársenos por caminos insensatos del cuerpo! Si recordás, ahora focalizá la atención en nuestros pasos creadores, en la inclinación desconsiderada que impusimos a cada uno de nuestros regalos pisando caprichosamente tan solo por esquivar baldosas.
Sólo me restaría, querida, poseer el don de la inexistencia y poder acariciarte sin que me notaras, porque existe una circunstancia en la que no podría obviar que en algún sitio respirás y es esta.
Verás, que desde muy chico yo no saltaba baldosas.
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