viernes, 14 de octubre de 2011

El lago secreto


     Es mentira que, como ahora, no me inspirás nada. Es falso nuestro anonimato y absurdas nuestras estrategias para el despiste colectivo. Verdaderamente existe tal despiste aunque el colectivo sea pequeño porque pocos pasajeros resultamos solo nosotros dos para esta indisimulable puesta en escena.
     Digamos que el engaño es drásticamente imperfecto, que es errado desde sus motivos hasta sus técnicas de ejecución; sin embargo deseo destacar cierta nobleza en el espíritu del mismo, que se propone disimular la potencia de situaciones por las que cabría ser felicitado. Solo en este sentido es elogiable el engaño, por concentrar esfuerzos en pertenecer a las sombras de la humildad siendo en cambio sol de primavera.
    Nótese esa opaca, tenue luz incapaz de guiarnos en búsqueda de objetos pequeños bajo las cobijas, ¡no la mire directamente! En cualquier momento de relajación perdemos algo de engaño y una pizca de sol se nos escapa por entre nuestros cuentos atenuadores, y aunque de este lado del telón el sol sea primaveral, no solo reduce apaciblemente el diámetro de las gotas necesariamente perfectas sobre las hojas del perfecto manzanero sino que también quema a veces si se lo mira detenidamente justo a los ojos o al corazón.
     Me detengo un instante: para que sean perfectas las gotas hemos modificado cuidadosamente cada una de ellas, quitándoles toda simetría y pureza química. Algunas solo con voluntad se considerarían gotas de agua antes que cualquier otra cosa. Coherentemente, nos encargamos nosotros mimos de acotar la cantidad de ramas sanas en el manzanero y sustituir por mordidas o aplastadas sobre el piso algunas manzanas. En ciertos momentos utilizamos manzanas verdes, pero igualmente nos lo creemos sin esfuerzo.
     Con el mismo ímpetu hemos amenguado en lágrimas nuestros ríos y de un hermoso bebedero para los pájaros de nuestro jardín, que en verdad es selva, disfrazamos nuestro hermoso lago escondido. Personalmente me he convencido de que todos podemos llegar a conformar ríos más o menos similares en condiciones parecidas a la nuestra, casi siempre confiando enaltecidos en la originalidad envidiable de los mismos; pero aún poniendo en práctica este pensamiento y descartando cualquier comentario sobre nuestros magníficos ríos (o nuestras magníficas lágrimas, según desee verse) debo, intentando hacerlo con moderación, describir nuestro secreto lago.
     El sentido de esta descripción no es fomentar el asombro o deseo ajeno pues vaya si no me es necesario percibir tales estados. Esta descripción saldrá desde mi boca o mi lápiz, desde mi cuerpo, por condición propia, porque es un sentimiento tan inmenso que escapa a su imagen, su tacto, su respiración, y abarcará todos los sentidos hasta ocupar cualquier espacio libre. Intentará existir en la totalidad para que su tamaño no sea reprimido por la disponibilidad del universo.
     No sabemos por qué nuestro lago es secreto, cabe decir como primera consideración. Sin embargo nunca hubo nadie a la vista ni rastros de alguna presencia ajena a la flora o fauna del lugar. Tampoco sabemos si termina o dónde lo hace porque se oculta inalcanzable a la distancia y entre las montañas. Quizá solo este espacio que nosotros ocupamos es nuestro, o tal vez solo durante las horas que pasamos disfrutando la playa empedrada, esquivando sumergidos arbustos, el lago el lago repele u oculta visitantes; en cualquier caso el lago es igualmente secreto para nosotros.
     Expresé mi intención de mostrar contenido nuestro lago pero seguramente ya ha sido imaginado tras estas exiguas líneas pues cada paisaje inspirado es posible en ese lugar. Nosotros creamos el lago y él nos continúa, lo armamos con los ladrillos plásticos de nuestra infancia y nuestras manos se vuelven haces de agua cristalina entre los cuerpos cuando comenzamos a sumergirnos desnudos y libres para jugar arremolinados en sus aguas. Somos las más armoniosas fuentes danzantes bien entrados en su abrazo y divertidas corrientes superficiales hacia la costa. Casi hasta a nosotros mismos nos producimos cosquillas.


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