Es mentira que, como ahora, no me
inspirás nada. Es falso nuestro anonimato y absurdas nuestras
estrategias para el despiste colectivo. Verdaderamente existe tal despiste
aunque el colectivo sea pequeño porque pocos pasajeros resultamos
solo nosotros dos para esta indisimulable puesta en escena.
Digamos que el engaño es drásticamente
imperfecto, que es errado desde sus motivos hasta sus técnicas de
ejecución; sin embargo deseo destacar cierta nobleza en el espíritu
del mismo, que se propone disimular la potencia de situaciones por
las que cabría ser felicitado. Solo en este sentido es elogiable el
engaño, por concentrar esfuerzos en pertenecer a las sombras de la
humildad siendo en cambio sol de primavera.
Nótese esa opaca, tenue luz incapaz de
guiarnos en búsqueda de objetos pequeños bajo las cobijas, ¡no la
mire directamente! En cualquier momento de relajación perdemos algo
de engaño y una pizca de sol se nos escapa por entre nuestros
cuentos atenuadores, y aunque de este lado del telón el sol sea
primaveral, no solo reduce apaciblemente el diámetro de las gotas
necesariamente perfectas sobre las hojas del perfecto manzanero sino
que también quema a veces si se lo mira detenidamente justo a los
ojos o al corazón.
Me detengo un instante: para que sean
perfectas las gotas hemos modificado cuidadosamente cada una de
ellas, quitándoles toda simetría y pureza química. Algunas solo
con voluntad se considerarían gotas de agua antes que cualquier otra
cosa. Coherentemente, nos encargamos nosotros mimos de acotar la
cantidad de ramas sanas en el manzanero y sustituir por mordidas o
aplastadas sobre el piso algunas manzanas. En ciertos momentos
utilizamos manzanas verdes, pero igualmente nos lo creemos sin
esfuerzo.
Con el mismo ímpetu hemos amenguado en
lágrimas nuestros ríos y de un hermoso bebedero para los pájaros
de nuestro jardín, que en verdad es selva, disfrazamos nuestro
hermoso lago escondido. Personalmente me he convencido de que
todos podemos llegar a conformar ríos más o menos similares en
condiciones parecidas a la nuestra, casi siempre confiando
enaltecidos en la originalidad envidiable de los mismos; pero aún
poniendo en práctica este pensamiento y descartando cualquier
comentario sobre nuestros magníficos ríos (o nuestras magníficas
lágrimas, según desee verse) debo, intentando hacerlo con
moderación, describir nuestro secreto lago.
El sentido de esta descripción no es
fomentar el asombro o deseo ajeno pues vaya si no me es necesario
percibir tales estados. Esta descripción saldrá desde mi boca o mi
lápiz, desde mi cuerpo, por condición propia, porque es un
sentimiento tan inmenso que escapa a su imagen, su tacto, su
respiración, y abarcará todos los sentidos hasta ocupar cualquier
espacio libre. Intentará existir en la totalidad para que su tamaño
no sea reprimido por la disponibilidad del universo.
No sabemos por qué nuestro lago es
secreto, cabe decir como primera consideración. Sin embargo nunca
hubo nadie a la vista ni rastros de alguna presencia ajena a la flora
o fauna del lugar. Tampoco sabemos si termina o dónde lo hace porque
se oculta inalcanzable a la distancia y entre las montañas. Quizá solo este espacio que nosotros
ocupamos es nuestro, o tal vez solo durante las horas que pasamos
disfrutando la playa empedrada, esquivando sumergidos arbustos, el
lago el lago repele u oculta visitantes; en cualquier caso el lago es
igualmente secreto para nosotros.
Expresé mi intención de mostrar
contenido nuestro lago pero seguramente ya ha sido imaginado tras
estas exiguas líneas pues cada paisaje inspirado es posible en ese
lugar. Nosotros creamos el lago y él nos continúa, lo armamos con
los ladrillos plásticos de nuestra infancia y nuestras manos se
vuelven haces de agua cristalina entre los cuerpos cuando comenzamos
a sumergirnos desnudos y libres para jugar arremolinados en sus
aguas. Somos las más armoniosas fuentes danzantes bien entrados en
su abrazo y divertidas corrientes superficiales hacia la costa. Casi
hasta a nosotros mismos nos producimos cosquillas.