Tampoco, recuerdo, en el tiempo único cuando escribía. Ni en las mañanas ni por las tardes. Ahora, casi como si hiciera falta, caigo en cuenta que tampoco de noche o madrugada.
En algunas ocasiones sentime un insecto de los que te gustaría oirme nombrar , necesitado de abandonar la única luz a la vista sin poder hacerlo, claro, menos por miedo que por necesidad, la necesidad quizá mas justificada aunque igualmente carente de nobleza como el resto de las necesidades: respirar.
Porque respirar no es hacerlo en oscuro desde la mediocridad que supondría la existencia como fin.
Y porque no importan el paso de las líneas, de las noches o las hectáreas.
Mi discurso es eterno y constante: nunca me pude ir.
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