jueves, 18 de septiembre de 2008

Introspección y recuerdos

 ¡Laura! No voy a poder dormir.


I

En estos años reflexioné mucho acerca de los sentimientos. A decir verdad tenía dos opciones – ¡dos opciones!… dos opciones eran las que yo tenía también en aquel entonces, y como siempre, el miedo. ¡Yo sí que te puedo hablar del miedo! Eterno sicario de mi destino. Me empujó a tomar la decisión errada. En cambio vos… vos apostaste todo y quedaste desolada. Será que es contagioso, a partir de entonces tuviste miedo a confiar en la gente. – No es miedo, como te dije, pienso que el fuego termina quemándote, es preferible… - ¡nada! ¿Y esto que acabamos de hacer? ¡Esperá! ¡Esperá, no te vayas! ¡Te vas a equivocar!

                           II

Esa fue mi última conversación. En realidad no fue tan así, pero ustedes saben como son los pensamientos, gustan de adornar recuerdos con creaciones propias. Corre el segundo frasco y la primer botella. Es el miedo, tan presente en esta habitación, que podría mirarlo a los ojos, pero como de costumbre no me atrevo. Era el escenario perfecto, música de fondo, película rodando, algo muy teatral. En este instante solo debo agradecerle a mi intrínseco deseo de trascendencia, y a la velocidad y astucia de un buen amigo.

                           III

Dos opciones. Por un lado un arroyo cristalino lleno de flores vegetación y una danza de colibríes multicolor; por el otro: la tundra. ¡Cómo no arrepentirse! Si hubiese sabido que en aquel arroyo la aventura era posible, si el eterno sicario de mi destino no me hubiese enceguecido en los momentos más cruciales.
No hace mucho una persona muy allegada me comentó su opinión respecto al objetivo final del ser humano. Tal vez, era una señal que no supe codificar, tal vez no le creí. ¡Que bien me hubiesen venido esas palabras en aquel momento!

                           IV

¡como cambia la gente! Hace algunos años tenías miedo de quemarte, y ahora… ahora... – Es un comienzo. Mejor dicho, un recomienzo. Creo que ambos aprendimos lo mismo, aunque hayamos leído distintos libros. – sinceramente no me alegro de tu fracaso, pero por primera vez no tengo miedo. – no te preocupes está todo bien. Parame el taxi por favor, mientras busco un papel. Toma mi número. ¡Quiero que me llames! ¿Oíste? ¡Llamame!.


 Exitosa colaboración de Brian Bruno 

martes, 2 de septiembre de 2008

Falsa Esperanza

Él: - ¿Por qué no contestás, como antes?

Ella: - El horizonte excede a las islas del sur, que sólo anticipan el fin del camino para los viajantes.

Él: - Extraño saberme interesante, me enamoré de nuestras coincidencias.

Ella: - Cuando el día canta, vestido de ruiseñor, el hijo del sol sale al balcón, y no desea retornar al monótono aposento.

Él: - ¿Quién iba a creer en la vida intensa? Somos un choque de estrellas.

Ella: - Soy yo la que no sabe, perdoname. Es lo justo para vos.

Él: - No, no seas así. Dejame la duda, y dejame sufrir con falsa esperanza. Permitime creer que algo queda.

Ella: - Ya no te quiero

Él: - Gracias.

Se levanta ella, mirándolo casi con asco, y se marcha. No mira atrás, va al encuentro de otro amor.

Vivamos con falsas esperanzas, descalifiquemos las más absolutas certezas. Que no nos escondan vacíos tras el disimulo.


miércoles, 30 de julio de 2008

Unodós


Afortunadamente la nieve muta, por casualidad. Alegría luego del Big Bang. El ardor es más fuerte y sobrevive, la creación comienza verdaderamente.
Verídico el sentimiento de la tibia llovizna, depositada ya sobre la tierra, decorando las llanuras y excitando las colinas.
El carácter casi periódico del porvenir inmediato recuerda al péndulo de un reloj, cuyos engranajes recorrerían distancias inimaginables entre el antes y el después, si se los dejara definir a los segundos libres, en vez de sujetos al péndulo y el resto de las partes. Un instante, sin embargo, ocupa esa distancia en tiempo de los divinos, apartados en su acto, recopilando, sintiendo.
El correr de los pequeños arroyos alumbra de vida la gesta del mundo. Arroyos que instantáneamente sienten las lenguas de los animales más desesperados, y las manos de los hombres, de las generaciones.
La confluencia de acontecimientos milagrosos conmueve al mundo ya estable, que sigue imitando al péndulo, y acelera su marcha provocando el desliz acelerado del tiempo.
Finalmente la lluvia torrencial y perfecta deja respirar a los seres, que comparten el goce único de la vida.
Aprenden la obediencia, la lealtad del alumno al maestro, las obligaciones, los derechos.

miércoles, 18 de junio de 2008

Mi infancia que se muere


Comprendo de a poco, llego con sostenida lentitud a las más improductivas conclusiones. Claro que producen, como proceso constante e irreversible, no son más ya que fabricantes de tristezas, cantando las penas de algo más profundo que el mismo acontecimiento.
No es ya uno, ni son dos, ni tres los que se ausentan, los que deciden, o no, pero se ausentan. Mientras tanto, claro, se nos transforma el alrededor, tornándose, sin embargo, siempre en lo esperable. La propiedad cíclica.
Entonces, a mitad del camino, entre arrugas y despedidas, lo entiendo con el llanto incontenible: son mis años en una caja, es mi infancia la que se muere, en cada hombre y en cada mujer, en cada despedida.
Algún día todos ellos se habrán ido, todo mi pasado hermoso, y seré yo el último peldaño en la infancia de alguien. Ahora entiendo que, en mi último minuto, su pena será mucho más profunda que la mía. Por eso no me lloren al final, lloren entonces por aquél cuya historia se extinguirá conmigo. Por mí…lloren ahora.