miércoles, 4 de noviembre de 2009
De Arrecifes y Pergaminos
Querida:
No voy a quitarte mucho tiempo, sólo quería contarte sobre los buenos tiempos, esos en los que estuvimos cerca. Quería contarte de la vez en que paseamos por las plazas y me dejaste ser dulce, tomándote de la mano delante de todos y caminando entre risas irrevocables a un ritmo acorde al vaivén de nuestros brazos. Y la caminata fue lenta, pero recorrimos todos los lugares que quise; cada lugar que cruzamos fue querido.
Después fuimos a tus ríos, rápidamente, y la lentitud ya no era ni siquiera un caminar, sino mas bien una disminución constante de latidos, casi como si los cuerpos hubiesen querido detenerse allí, en ese cuadro, casi como si lo decidiéramos. Y te levantaste, y nos sacaste la mejor foto, una foto de los años setenta que todavía guardo en mi caja de las cosas importantes.
A la noche nos atontamos, y compartimos nuestros vicios y talentos. Me dijiste que tenias sentido después de todo, y yo te hable de mi insurrección. Nos dijimos cosas que ya sabíamos los dos.
No hacía falta ni amarnos entonces, pero nos amamos, y todo fue sabiamente imperfecto, porque tampoco era necesaria la perfección.
Antes de que comience aquel día, te miré a los ojos de cerca, esos ojos tuyos que construí para mi, y noté en secreto que te quería, y que ni siquiera un día lento e imperfecto te faltaba para ser indeleble.
Quise contarte, nomás de nuestros buenos tiempos. Sospecho que estos caminos ignorantes se interceptan más de una vez, porque no saben de paralelismo, ni de conveniencia…ni de estructuras.
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