Tus saludos bienvenidos, tus colinas irremontables,
tus fenómenos distraídos, tus ojos inolvidables.
Tus madrugadas de frío, tus noches de sudor,
tus curvas irrepetibles, la inocencia en tu corazón.
Tus vestigios de llanura, tu refugio amigable,
tus presentes de dulzura, los besos que regalaste.
El aire de tus vecinas, que tanto sabe animarme,
el sol de la alegría inmediata, y su hermosa contraparte.
Tus secuelas en mi mente, que llevo a todas partes,
las bondades permanentes de gente que me dejaste.
La adrenalina absoluta de un vaivén incontrolable,
su recompensa, con creces, la comunión más loable.
Tu viento transportador, para el alma refrescante,
tu llanto que se ausentó, de puro relacionarte.
Tu vasto conocimiento, hasta más allá de los mares,
tu actitud de beneficencia, por compartirte e ilustrarme.
Tu música resonante, que debilita mis huesos,
tu tránsito transparente, tus detalles pintorescos.
Casi me cerrás la puerta, no querías que partiera,
apenas me sustrajiste una promesa ligera.
Me liberaste a mi partida, y me contraje en mi regreso,
es peor estar preso si se han cruzado las puertas.