Así imagino a La Diosa. Potente desde su delicadeza, movedora de montañas, maquillaje de paisajes. Recuerdo haberla visto... Diré: “creo haberla visto”, una vez, en mi niñez. Y no comprendía ni las esperanzas que llevaba a cuestas, de cuyo peso me fui librando con el correr de los desengaños. Y ella...estoy seguro que era ella, sospecho peligrosamente, sin cautela, que estaba enseñando algo.
Sin dudas la miré, al menos durante algunos instantes, desde mi lado del vidrio, pero acaso mi edad (apreciada excusa) me desvió hacia la preocupación de un goce insignificante. Sí, se con certeza que quise volver a verla unos minutos después, pero ya se había transformado, y aunque ahora entiendo la naturaleza mutante de todas las cosas, en ese momento sentí una ignorante decepción, ramificación de la sorpresa.
La verdad atenta contra toda característica romántica de nuestra relación: Nunca quise nuevamente entenderla. Dicen los testigos que es hermosa, pero son sólo mortales, y yo ahora soy como ellos.
Tuve mi día, Diosa, y algún juego de espontaneidades (o no) separome de tu iluminación. He aquí la gracia de la mortalidad: No me importa. El aire riega mis venas y sigo contemplando, con simpleza, con la vulgaridad del más brillante Homo...