Extraño la incomodidad y el acoso del amor, que aparece frío al lado del camino, a pocos (¿pocos?) días de distancia. Extraño la risa, aunque ayer me hayan visto pronunciarla. Hablo de la verdadera risa, el inexpugnable obsequio original, el perdón de los crímenes, la sinceridad animal.
No se si alguna vez fui el perro que más movió el rabo, pero la sarna ahora sería un alivio para estas sobras de animal.
Se me llenan las arcas en este momento, cuando visítame la nostalgia, cuando vuelvo a comprender nuestra situación. La mía y la tuya, amor. Amor hermano, amor socio, amor divino, el tuyo, querida. Preferiría seguir distraído porque esta verdad no se cómo decirla. Es una verdad que no mata, que no desangra; come los órganos lentamente, y se hace sentir de vez en cuando sólo para propio regocijo.
Creo que la vida misma no es más que esta absoluta certeza, ¡dichosos los mentirosos!
No puedo evitar llorar por mí y por ella, y por mis hermanos, designios del horario. Pero ellos mienten, recuerdo, y entonces me alegro un poco.
Habiendo reflexionado, y recordado su condición de timadores dejo, algo más tranquilamente, que la verdad me haga desear la muerte.
Nos dirigimos hacia el fondo de este mar de lágrimas, poco a poco nos quedamos solos…y no tengo a nadie a quién decírselo.