miércoles, 30 de julio de 2008
Unodós
Afortunadamente la nieve muta, por casualidad. Alegría luego del Big Bang. El ardor es más fuerte y sobrevive, la creación comienza verdaderamente.
Verídico el sentimiento de la tibia llovizna, depositada ya sobre la tierra, decorando las llanuras y excitando las colinas.
El carácter casi periódico del porvenir inmediato recuerda al péndulo de un reloj, cuyos engranajes recorrerían distancias inimaginables entre el antes y el después, si se los dejara definir a los segundos libres, en vez de sujetos al péndulo y el resto de las partes. Un instante, sin embargo, ocupa esa distancia en tiempo de los divinos, apartados en su acto, recopilando, sintiendo.
El correr de los pequeños arroyos alumbra de vida la gesta del mundo. Arroyos que instantáneamente sienten las lenguas de los animales más desesperados, y las manos de los hombres, de las generaciones.
La confluencia de acontecimientos milagrosos conmueve al mundo ya estable, que sigue imitando al péndulo, y acelera su marcha provocando el desliz acelerado del tiempo.
Finalmente la lluvia torrencial y perfecta deja respirar a los seres, que comparten el goce único de la vida.
Aprenden la obediencia, la lealtad del alumno al maestro, las obligaciones, los derechos.
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