miércoles, 18 de junio de 2008
Mi infancia que se muere
Comprendo de a poco, llego con sostenida lentitud a las más improductivas conclusiones. Claro que producen, como proceso constante e irreversible, no son más ya que fabricantes de tristezas, cantando las penas de algo más profundo que el mismo acontecimiento.
No es ya uno, ni son dos, ni tres los que se ausentan, los que deciden, o no, pero se ausentan. Mientras tanto, claro, se nos transforma el alrededor, tornándose, sin embargo, siempre en lo esperable. La propiedad cíclica.
Entonces, a mitad del camino, entre arrugas y despedidas, lo entiendo con el llanto incontenible: son mis años en una caja, es mi infancia la que se muere, en cada hombre y en cada mujer, en cada despedida.
Algún día todos ellos se habrán ido, todo mi pasado hermoso, y seré yo el último peldaño en la infancia de alguien. Ahora entiendo que, en mi último minuto, su pena será mucho más profunda que la mía. Por eso no me lloren al final, lloren entonces por aquél cuya historia se extinguirá conmigo. Por mí…lloren ahora.
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